Francisco Bruna Zalvidea

Artista Visual

Texto exposición «No Perecible», Galería Balmaceda Arte Joven, Concepción.

Paula de Solminihac

Las Escenas de Balcón son una situación recurrente en las novelas, en el teatro y en muchos dramas clásicos. El balcón es el lugar desde donde el sujeto mira el panorama exterior, una mirada omnipresente de todo lo que hay a su alrededor; pero al mismo tiempo es la exposición pública del personaje que mira y que es visto al mismo tiempo por un otro, que observa ese punto que se asoma, escondido entre la multitud; es el personaje del espía, el observador oculto, el personaje silencioso.

El balcón o ventana hace de punto de inflexión entre el mundo interior del personaje y el mundo de afuera, el cual “sale a mirar” y en ese situarse en relación, en exposición con aquello otro, es cuando suceden los acontecimientos que van a ocasionar la ruptura, el cambio, el giro en los sucesos o en el devenir de la rutina cotidiana del personaje en cuestión.

Y por último está la mirada del lector o espectador de la escena relatada que con una expectación exponencial sigue atento los acontecimientos desde más afuera de la escena, haciéndose cargo de la mirada indiferente que es inflingida a  él por parte de los otros personajes.

En este juego de miradas, en esta gran escena de vistas y vistos, es donde  entramos con la obra de Francisco Bruna. Un guión que parte con una transacción simple: una cosa por otra, pero que poco a poco va complejizando sus relaciones cuando nos damos cuenta que no hay un verdadero exterior sino que todo es una escena dentro de una escena, la puesta en abismo, de los lugares que están dentro de otros lugares dentro de la pintura, dentro de las miradas que son las experiencias de los que viven, de los que están, de los que dan su mirada que van a mirar como son vistos, por el pintor.

Y ahí en ese juego de miradas se instala el acontecimiento que rompe la habitualidad de las prácticas cotidianas desde el interior del acontecimiento mismo: El autor realiza acciones de intercambio con personas cuyo único vínculo con su oficio de pintor, es su vecindad y las rutinas asociadas a dicha contigüidad cotidiana. De este modo se hacen intercambios de objetos de valores relativos de acuerdo a la historia de cada cual, como un alimento no perecible por una pintura, que convierten el valor de la transacción en un acto de fe y plantea la pregunta por la relación entre Arte como experiencia y Arte como forma.