“La memoria es el medio de lo vivido, al igual que la tierra viene a ser el medio en que las viejas ciudades están sepultadas. Y quien quiera acercarse a lo que es su pasado sepultado tiene que comportarse como un hombre que excava. Y, sobre todo, no ha de tener reparo en volver una y otra vez al mismo asunto, en irlo revolviendo y esparciendo tal como se revuelve y se esparce la tierra”. Walter Benjamin, Excavar y recordar.
A través de la muestra “No soy un extraño”, Francisco Bruna Zalvidea indaga en los intersticios de su memoria personal con el afán de reconstruir una historia que, en principio, se le presenta como una constelación de recuerdos fragmentados, los cuales intersectan el exilio y vida de su abuelo emigrado del País Vasco, Antonio Zalvidea Lerzundi, con el lugar que testimonia un terrible crimen perpetrado por la dictadura. El relato transmitido por su familia, primera fuente de aproximación a esa historia hilvanada de imágenes aún borrosas, estimula el viaje hacia el lugar de los acontecimientos: El Morro, localidad cercana a la comuna de Mulchén, en la Región del Biobío. Es a partir de ese momento que la investigación deviene en aquello que podríamos llamar una “arqueología de la memoria”, es decir, “excavar y recordar” sobre el terreno biográfico para ir descubriendo en él las capas que lo unen a un tiempo y contexto histórico. Es esta intersección, en definitiva, el lugar que la obra de Francisco Bruna nos invita a recorrer.
¿Pero por qué insistir en el recuerdo? ¿Qué hay detrás del impulso que nos motiva a volver la mirada hacia el pasado para intentar re-componer sus trazos y vestigios?
Aquí, el título escogido nos aproxima a una respuesta a estas interrogantes. La afirmación “no soy un extraño”, como categórica expresión de una exigencia, o incluso de un deseo, indica una toma de posición para autodefinirse en el presente; un imperativo que parte por señalar lo que no se es, pero que al mismo tiempo abre la búsqueda de lo que finalmente le identifica. Así entonces, diremos que en la pregunta por la condición de nuestro presente es donde precisamente aparece el pasado como clave ineludible para comprenderlo y dotarlo de sentido, ello es lo que explica nuestra recurrente práctica de la memoria: el deseo de saber lo que somos. Y si bien esta búsqueda se inicia a partir de los recuerdos más íntimos de una historia familiar (lo que soy), ella se expande y se entrelaza con la historia de toda una colectividad (lo que somos). De este modo, entendemos “No soy un extraño” no únicamente como un gesto de nostalgia, sino como una toma de posición que indaga en el pasado para abordar críticamente nuestro presente y para reflexionar de cara a nuestro futuro: «Tomar posición es desear, es exigir algo, es situarse en el presente y aspirar a un futuro. Pero todo esto no existe más que sobre el fondo de una temporalidad que nos precede, nos engloba, apela a nuestra memoria hasta en las tentativas de olvido, de ruptura, de novedad absoluta».[i]
Lo anterior permite poner en contexto la serie de términos que articulan la reflexión propuesta por la investigación de Francisco Bruna: familia, identidad, exilio, violencia política, tiempo y lugar. Excavar y recordar, sin obviar la terrible significación –literal y metafórica– que dicha acción tiene para miles de familias chilenas que sufrieron la persecución, muerte y desaparición durante la dictadura.
De igual manera, son distintos los materiales y medios que configuran la obra en exhibición: video y entrevistas, fotografías, objetos tomados del hogar que habitó su abuelo en Mulchén y una pintura-intervención hecha de barro sobre uno de los muros de la galería. Todos estos elementos dialogan entre sí para configurar la narrativa de una historia que oscila entre las esferas de lo íntimo y de lo público. Dentro de los distintos recursos utilizados por Francisco Bruna, es imposible no reparar en la importancia que adquiere el barro en tanto materialidad significante de la visualidad y la reflexión dispuesta en “No soy un extraño”, en otras palabras, el barro representa la tensión dialéctica entre recuerdo y olvido: si se trata adecuadamente podemos edificar con él algo que perdurará a través del tiempo, o bien puede simplemente diluirse en lo informe bajo el agua.
Al terminar este breve texto, debería precisar que lo he escrito a mucha distancia de Concepción, evocando e imaginando parte de lo que será la exhibición final. Creo que, en algo, se acerca al ejercicio que el propio Francisco ha desarrollado durante su investigación. Este es un extracto del diálogo que hemos sostenido, la historia de “No soy un extraño”:
“No soy un extraño, es una investigación de la vida de mi abuelo, Antonio Zalvidea Lerzundi, un vasco que llegó a Chile después de haber estado en la guerra civil española. Acá llegó a “El Morro”, un campo de Mulchén hacia la cordillera. Ahí formó mi familia. Era un médico y trabajó por años en una posta rural de ese sector. Nunca lo conocí porque murió un año antes de que yo naciera, incluso nunca había conocido ese campo en mis 35 años. La historia de él y de todo lo que ocurrió ahí, incluida la matanza en dictadura de 15 lugareños que fueron lanzados al Río Renaico siempre fue un relato… de mi abuela, de Yolita, de Paco, de mi madre…”
Quisiera concluir apuntando una de mis primeras ideas luego de leer este fragmento, pensé en la íntima conexión, aún sin haberse nunca conocido, entre Francisco Bruna Zalvidea y su abuelo materno en el exilio. El emigrado, el exiliado, es por esencia un evocador de recuerdos, y esto es precisamente lo que Francisco ha recuperado como práctica fundamental de su trabajo.
[i] George Didi-Huberman: “Cuando las imágenes toman posición”